Ayer te odié, te reclamé a gritos si debía cargar mi dolor y
el de los demás, si debía dejar que me destruyera, si nunca podría tener
lo que yo quiero, si nunca podría recuperar lo que he perdido. Si mis
culpas no podrán ser perdonadas por aquellos que lastimé, por ti. Te
reclamé no tener compasión, te reclamé por la compasión de los hombres,
de las mujeres, por nuestra ignorancia. Te odié con toda mi fuerza, con
todo mi ego, con todo lo que fui, en nombre de todo lo que perdí, en
nombre de mi mismo, de mi idea ignorante de quien soy.
Lloré
tanto que mi misma alma quedó tan expuesta, tan vulnerable, tan frágil
que hoy pudiste tocarla, rozarla con tus dedos y hacerme sentir tanta
compasión y tanto amor por los demás, por mi mismo, por quienes siempre
amaré, de cada forma, posible e imposible. Pusiste una sonrisa en mi
rostro a pesar de que el dolor no me ha dejado y tal vez nunca lo haga.
Me hiciste entender un poco mejor el significado de poner la otra
mejilla, de entender que el orgullo, que el ego, nunca tendrán la fuerza
que tiene la humildad, que tiene el desapego. Me hiciste entender que
lo que yo quiero, no lo has olvidado y que lo que yo amo, siempre lo
cuidarás,
Me hiciste entender que el amor no podrá
nunca ser explicado con la mente, que el silencio es la única cosa que
puede darnos todas las respuestas y que el simple roce de tus dedos
puede hacerme sentir tanto amor que no puedo imaginar todas las veces
que has querido abrazarme con todos tus brazos, que no has podido
hacerlo, que no lo he deseado y que si algún día podemos abrazarnos,
podré morir con una sonrisa que hará eco para siempre.
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